jueves, 19 de marzo de 2015

CÓRDOBA, LA EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA CIUDAD

      Córdoba siempre ha sido una ciudad en constante expansión. Si echamos la vista atrás y se pudiera ver el trazo de aquel asentamiento Turdetano que se encontraba en la Colina de los Quemados, nos sorprendería la expansión sufrida por la ciudad, siendo esta una Córdoba totalmente irreconocible.

     De aquel poblado íbero tan sólo nos queda el recuerdo de aquellos que estudiamos con profundidad nuestras raíces. Un legado histórico que hoy día duerme bajo las pisadas de aquellos que caminan sobre el circuito del Parque Cruz Conde. Son pocos los vestigios históricos que nos quedan de aquellos tiempos, la gran mayoría de ellos tras los muros que forman el Museo Arqueológico de la ciudad. 
La Córdoba Turdetana


      La ubicación del poblado estaba próxima a uno de los vados del río, siendo esta condición indispensable para la instalación de las casas, formadas según nos ha mostrado la arqueología por muros de cantos rodados unidos a barro y con la techumbre vegetal. La dimensión del poblado sería de más de 50 hectáreas.

      Tras la derrota de los cartagineses en la batalla de Ilipa en el año 206 a.C Roma empezará a fijarse en las tierras que rodean al Valle del Guadalquivir, y en especial en Corduba, el nombre que recibía el asentamiento Turdetano afincado en estas tierras, pero no será hasta el año 169 a.C cuando el Pretor Marco Claudio Marcelo fundará, sobre un anterior asentamiento militar la ciudad, situado a escasos metros del poblado íbero.  

      Con 47,6 hectáreas, la nueva urbe romana, ubicada en la colina más alta de la actual ciudad fue considerada desde el primer momento de su existencia como la capital de la Hispania Ulterior, hecho que nos muestra la importancia que esta ciudad tuvo respecto a Roma. Esta primitiva ciudad romana, en convivencia con el poblado íbero poco a poco fue creciendo en importancia y en demografía, pues aquellos habitantes del antiguo asentamiento fueron despoblando éste, abandonándolo poco a poco e ingresando en la ciudad que fundó aquel Pretor romano hace tiempo. 

      Tras la victoria de Cayo Julio Cesar en el conflicto civil que le enfrentó a Pompeyo, el nuevo Dictador de Roma mandó arrasar la ciudad cordobesa debido a que los ciudadanos tomaron partido en favor del derrotado, las consecuencias fueron devastadoras, 20.000 cordobeses fueron asesinados y la ciudad destruida, pero esto no frenó el auge de Córdoba, que tras volver a levantarse siguió siendo de gran importancia para el Imperio Romano. La ciudad sufriría un nueva evolución, un crecimiento demográfico que concluiría con la expansión de las murallas y el ensanchamiento de la ciudad.

La Córdoba romana del siglo I

       En época musulmana, las viejas murallas de la ciudad se encontraban en un estado lamentable, siendo estas reconstruidas durante el turbulento suceso de la guerra civil que dio paso a la llegada de los reinos Taifas. Tiempo después, tras el progresivo acercamiento de los reinos cristianos, los musulmanes vieron la emergente necesidad de ampliar el recinto amurallado de la ciudad, protegiendo los arrabales anexos que por aquel entonces se encontraban extramuros. De esta manera la ciudad quedaría dividida en dos partes: el recinto primigenio, denominado como Madina; y por otro lado el nuevo recinto amurallado, conocido como Axerquía.
       Tras la conquista de la ciudad por parte de las tropas cristianas comandadas por Fernando III en el año 1236 se mantienen y restauran las murallas, siguiendo con la distribución de Madina y Axerquía, pero dividiendo la ciudad en catorce collaciones; siete en la medina y otras siete en la axerquía. Cada una de las collaciones estaría respaldada por una iglesia que sería la que le daría nombre. Con el confinamiento de la población judía en el Alcázar Viejo durante los conflictos de 1391 se tuvo la necesidad de repoblar la Judería, por lo que se creó la collación bajo la advocación de San Bartolomé, figurando como tal desde 1410.


      Durante la Edad Moderna, las murallas sufren pocos cambios, son notables las aperturas de nuevas puertas como la Puerta establecida en la Cuesta de Luján en el siglo XVI, sirviendo esta de paso entre la Villa y la Ajerquía. Esta puerta fue abierta por el corregidor Hernando Pérez de Luján, de ahí el nombre, en el año 1531. La puerta de Andújar, tras hundirse una de las torres anexas en el mismo siglo XVI fue trasladada a la calle Muñices dándole un aspecto más gótico. Y por último, la conocida como Puerta Nueva, que se realizó expresamente para recibir la llegada del rey Felipe II.

         A mediados del siglo XIX la muralla perdió su utilidad, tanto en su función militar como en su función aduanera. A partir de ese momento, tanto las murallas como las puertas fueron destruidas progresivamente. La primera puerta en caer fue la Puerta del Rincón en el año 1852 y la última la Puerta de Osario en 1904. Tan sólo nos queda el vestigio histórico de la Puerta de Almodóvar como recuerdo de tiempos pasados, donde romanos y musulmanes entraban y salían de la ciudad por ella. Respecto a las murallas, tampoco nos queda mucho recuerdo, tan solo el lienzo de muralla que recorre la calle Cairuán, la muralla de la Huerta del Alcázar y la que recorre la Ronda del Marrubial. 

Recuerdo de lo que fue la Puerta Osario